sábado, 21 de julio de 2012

Sin corregir, publiqué.

Escribo porque no le tuve que pedir permiso a nadie.
Simplemente, por continuidad, lo que pienso mueve mis dedos, y lo veo ahí.
Parezco excusarme, y sí... en estos tiempos pareciera que uno por todo tiene que pedir: permiso, disculpas, atención, silencio, respeto, por favor; pedir.
Y no veo mucho la gracia, es, de hecho, horrible. Pero pasa. Como todo lo horrible: pasa. Uno no lo busca, ni lo acepta, sólo pasa.
A veces voy caminando y me río, de un recuerdo u ocurrencia del momento, y en vez de sentirme afortunada por regalarle una sonrisa a tanto gris, la corrijo automáticamente, por las dudas. ¿POR LAS DUDAS DE QUÉ? Por las dudas... no sé, de quedar mal...
Y creo que justamente todo el resto está mal, pero ¿cómo ir contra tanto?, ¿cómo romper tanta nada con una simple y descolocada risa? Y, a decir verdad, no creo que a nadie le importe tampoco, porque nadie va pendiente de nada, salvo de sí y de lo que están yendo a hacer. Es uno el que pone la traba, el quizás, el por las dudas. Y no entiendo bien quién nos mete eso en la cabeza.
Me doy cuenta de que casi todo lo que tenemos incorporado es lo contrario a lo que nos haría libres. La importante mirada ajena, la perfección, la simetría de las cosas, el cielo celeste y las nubes en forma de oveja (al igual que los árboles, las flores y todo lo que en realidad es irregular), la religión estricta, el cumplimiento, los períodos establecidos y los tiempos perdidos.
Y todo eso, nos acota tanto, tanto, tanto, que terminamos manejándonos como si la vida fuera un cubito de cartón. Y no. No tiene límites, ni fronteras, ni siquiera tiempo. Creo, justamente, que la perfección de todo está en que sea inabarcable, irregular, espontáneo y caóticamente hermoso...si nos permitimos verlo.
Y todo este asunto es peligrosamente contagioso. Uno es un poquito feliz, libre, espontáneo, y transmite ganas de ser así. Pero siempre está el que se acerca a marcar error, a enderezar, a corregir. Que el sol es amarillo, que se camina así, y no se ríe en la mesa. ¡Qué tristeza!
Mantengámonos tan desorbitados como se nos cante, que para cuadrado ya existe el ataúd o la urna.
No hay vida que valga la pena sin alegría. Y no hay alegría que no surja de la libertad.

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